S.1.5 ¿Dónde está el doctor Appleton?

Adrián N.............Brat Morgan..................Profesor de Antropología e hijo de Ralph Morgan......POD 14
Carmen..............Kate Anderson...............Celadora del hospital, madre de Lisa Anderson........POD 13
Lvis...................Lisa Mary Morgan...........Teniente del Ejército e hija de Ralph Morgan...........POD 13
Pedro.................Dra. Alicia Bennet..........Forense y compañera de Appleton en el hospital......POD 11
Galileo...............Donald Anderson............Enfermero del hospital, padre de Lisa Anderson.......POD 6

Los cuatro familiares preocupados se abalanzan a través de las puertas del depósito de cadáveres hasta el interior de la habitación y exigen que se presente el doctor Appleton. Sorprendida, la doctora Bennet les explica que el doctor Appleton no está, y les pregunta que quiénes son, qué hacen aquí y por qué quieren ver a su compañero en horas de trabajo.

Como un torbellino, los cuatro lanzan razones, explicaciones, faroles e incluso amenazas para que la doctora Bennet les diga dónde está, cómo es, dónde vive e incluso cuál es su número de acceso al sistema computerizado de archivos del hospital. Para ello muestran sentimientos, credenciales, uniformes y también malas maneras. La doctora Bennet no se deja impresionar por los familiares y les explica que no sólo no les va a decir ninguna de esas cosas, sino que ni siquiera tiene porqué hacerlo. Sin embargo se da cuenta de que toda esta escenita podría tener que ver precisamente con la desaparición de su compañero y del cadáver, y les pide que se calmen un poco y le cuenten ordenadamente lo que ha ocurrido.

Una vez puesta al día, la doctora Bennet se preocupa bastante, aunque se niega a proporcionar información sobre su compañero; eso sí, accede a acompañarles hasta su casa... cuando acabe de trabajar. Los familiares se despiden entonces y se preparan para la visita a la casa del doctor Appleton.

Ya por la tarde, una vez la doctora Bennet está libre, todos van en sus coches hasta la casa del doctor Appleton, un edificio no muy grande de dos plantas construido en un amplio terreno con gran cantidad de árboles. Éste es un lugar con encanto, pero indica una carencia de éxito profesional. La fachada blanca de la casa tiene muchas ventanas y un amplio porche. Irradia calidez cuando llegan por la tarde y se dirigen al porche. Allí pueden ver que la puerta de la casa está levemente entreabierta... y también aprecian algunas gotas de sangre dispersas en el umbral.

Temiéndose lo peor, atraviesan el umbral, que da a la sala de estar; los restos de un fuego se consumen en la chimenea. Cerca del hogar hay una lata casi llena de un fluido para hacer fuego, algunas cerillas y una caja de cartón mediana que está vacía. Un examen detenido de las cenizas descubre un fragmento de un documento en el que aparece escrito el nombre del hospi­tal, pero nada más. Los que no tienen armas de fuego aprovechan para recoger el atizador o algo que pueda servirles para defenderse antes de seguir adelante.

Las escaleras de la sala de estar conducen al segundo piso. Tras revisar la segunda planta (en la que se encuentran el dormitorio de Appleton, un cuarto de baño y un dormitorio que no se usa) y no ver nada de interés, continúan en la planta baja. En la parte de atrás de la habitación, una puerta da a un vestí­bulo que termina en un despacho a la izquierda y una cocina a la derecha. Justo enfrente del vestíbulo desde la sala de estar se encuentra un cuarto de baño.

Nada más entrar en el vestíbulo, perciben un olor peculiar que proviene del cuarto de baño. Los Anderson y la doctora Bennet reconocen el característico olor a huevos po­dridos del ácido sulfúrico. La primera cosa que hacen es forzar la puerta y abrir la ventana para que se disipen los gases. Mientras algunos revisan el despacho, otros descubren horrorizados que la bañera está llena de un ácido amarillento. Flotando en la superficie del líquido hay una sustancia blanca, viscosa y grasienta que impide ver el fondo de la bañera. Parece que hay algo sumergido. Al lado de la bañera hay cinco garrafones de cristal vacíos y sin etiqueta. Deducen rápidamente que la sustancia blanquecina es grasa corporal. Usando un atizador de la chimenea, retiran los huesos que hay en el fondo de la bañera. Aunque no hay ningún cráneo, los reconocen como humanos. Mientras la doctora Bennet se desquicia Brat Morgan asegura vehementemente que por fin han dado con el doctor Appleton... o lo que queda de él (N. del G.: falso, como van a descubrir enseguida de la peor manera).

Con los nervios destrozados y los ánimos muy bajos, hacen de tripas corazón y se internan en la cocina. Unas manchas grandes de sangre que saltan a la vista han salpicado el suelo. Un cajón de la cocina empleado para guardar cuchillos ha sido sacado de su sitio y volcado en el suelo. Sobre la mesa de la cocina hay una bola para jugar a los bolos, impoluta, y a su lado hay tres cubiteras de hielo vacías. Los Morgan reconocen la bola de jugar a los bolos: es la bola de su padre, que le regalaron por su cumpleaños. Desde la cocina hay una puerta que conduce al sótano, que está completamente a oscuras. Hay un interruptor de la luz situado al lado de la puerta. Al apretarlo, una bombilla de 60 vatios desnuda y mugrienta se enciende. En este momento los investigadores no sólo portan objetos y armas nerviosamente para defenderse, sino que se han hecho a la idea de que seguramente van a tener que usarlos para salir de allí de una pieza.

Al llegar al sótano, los investigadores tienen justo enfrente de ellos un congelador grande, con la tapa abierta y un penacho blanco de aire helado arremolinándose en torno. Pequeños ríos de porquería resbalan lentamente por su pared frontal y en los bordes se ha congelado más sangre coagulada inidentificable. En el interior, entre alimentos congelados y unos dos litros de helado de vainilla con galletas se encuentra el cadáver mu­tilado de un anciano de aproximadamente 80 años, a juzgar por su aspecto físico. El vello blanco del pecho está cubierto de hielo. El cadáver no tiene cabeza. El pecho ha sido abierto y las costillas separadas. El corazón, el páncreas, el hígado y los rí­ñones han sido extraídos impecablemente. También ha perdi­do ambos brazos, y la pierna derecha, aunque está presente, también ha sido cortada. (N. del G.: Estos restos son las partes inservibles de Gammell.)

Esta espantosa visión les hace temblar a todos. Mientras contemplan horrorizados el frigorífico y su contenido el doctor Appleton, silenciosamente, llega tambaleándose, se pone detrás del grupo e intenta alcanzarles con un pesado cuchillo de carnicero recu­bierto de sangre coagulada. Como los investigadores estaban alerta Appleton falla el golpe, el filo se estrella contra el borde metálico del congelador y vuela de sus manos. Los investigadores pueden reconocerle por la bata de médico, que lleva su identificación. Realmente el doctor Appleton ha conocido tiempos mejo­res. Casi se ha vuelto de color azul pálido y su vientre está empezando a hincharse debido al gas liberado por su putrefac­ción.

La doctora Bennet, Brat Morgan y Donald Anderson echan a correr escaleras arriba como alma que lleva el Diablo. Mary Morgan retrocede disparando con su pistola al zombi que un día fue Appleton, y Kate Anderson se desmaya de la impresión. Cuando Donald ve que su mujer se ha desmayado y el zombi va a atacarla, vuelve corriendo y la arrastra fuera de su alcance por los pelos. Donald se lleva a su mujer a rastras hasta el coche, donde para entonces ya ha llegado la Dra. Bennet, totalmente fuera de sí.

Los hermanos Morgan plantan cara a la horrible aparición en la cocina ensangrentada. El zombi, que ha cogido la pierna derecha del cadáver del congelador para sustituir el cuchillo perdido, sube inexorablemente por la escalera mientras le arrojan cosas. Finalmente llega a la cocina, donde en plena confusión, mientras Brat salta a la espalda del zombi para acuchillarle, Mary le dispara por delante; el disparo atraviesa al zombi de Appleton y hiere a Brat, que cae al suelo. El zombi se avalanza sobre Mary y a ésta le da tiempo a dispararle unas cuantas veces más, destruyéndole en el último momento.

Los vecinos del doctor pueden oír los disparos y avisan a la policía. Como los investigadores no quieren contestar preguntas incómodas, deciden marcharse en cuanto los hermanos Anderson salen de la casa y le hacen una cura de emergencia a Brat, alejándose del ruido de las sirenas de policía que se acercan a la casa.



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