LAS MASCARAS DE NYARLATHOTEP - CC- 5.13
EL ENCUENTRO CON EL DOCTOR HUSTON
Miguel Ángel (4).......Collin Ford...................Peón y conductor de camión
Los tres supervivientes encaminan sus pasos hacia el edificio en las intersecciones de las líneas de luz, con las armas listas para la acción. No parece haber nadie en las inmediaciones, y entran por la planta baja. Aquí se han almacenado herramientas de minero, incluyendo arcos voltaicos, palas, picos, cuerdas, maderos, aparejos de poleas, bombas de agua, bidones de gasolina, generadores de repuesto, carretillas, taladros y varias vagonetas eléctricas pesadas que se usan para transportar herramientas.
Suben por una rampa a la primera planta, que sólo contiene siete grandes jaulas cúbicas hechas de barrotes de acero sucio y oxidado. Encerrados en las jaulas hay gran cantidad de prisioneros, muchos de los cuales son aborígenes que comienzan a gritar de manera desaforada cuando los personajes entran en la habitación. Dentro de una de las jaulas sólo hay mujeres embarazadas. De cada jaula emana un olor desagradable (las razones son obvias). Cada una contiene también un montón de ñames y otras raíces comestibles y un pequeño recipiente con agua rancia. A través de Dodge el grupo se comunica con los aborígenes encerrados; les dicen que no armen ruido y que cómo pueden abrir las extrañas cerraduras de las jaulas. Los aborígenes les dicen que se pueden abrir gracias a un pequeño objeto rectangular que guarda Ngunung-Ngunnut (N. del G.: Las cerraduras de las jaulas son magnéticas, y Ngunung-Ngunnut es Huston, la malvada reencarnación del Padre de Todos los Murciélagos según los aborígenes).
Finalmente, el grupo sube por la rampa hasta la puerta del segundo y último piso, que sólo está tapada por unos gruesos cortinajes. Ford, que es quien había entrado primero, se topa a su izquierda con un hombre blanco que le está apuntando con un extraño aparato. Preso de la tensión intenta girarse para dispararle pero lógicamente no le da tiempo. El aparato desconocido produce un rayo eléctrico que atenaza el sistema nervioso de Ford, pero en un último esfuerzo consigue apretar el gatillo de su escopeta y matar a su atacante (N. del G.: que no es otro que el Dr. Huston, que había sido alertado por los gritos de los aborígenes de abajo, y que porta la misma extraña arma lanzarrayos con que atacó hace semanas al grupo en Kenia, cuando se dirigían hacia la Montaña del Viento Negro).
Malherido, Ford les dice a los profesores que registren el lugar. Es una habitación grande, dividida de forma informal en varias secciones: como vivienda, laboratorio para experimentación científica y lugar para un estudio relajado. Una cama grande y firme se extiende a lo largo de una de las paredes. No muy lejos de ella hay una primitiva cocina eléctrica. Hay también varias mesas grandes y largas y toda una serie de estanterías y escritorios. Cientos de documentos de escritura alienígena se encuentran amontonados junto a otra de las paredes; la mayoría son planos y fórmulas, pero todos son demasiado extraños como para poder ser descifrados. El escritorio mira hacia la puerta. En uno de sus cajones se guardan las páginas ordenadas de un extenso documento. Las seiscientas páginas de este manuscrito llevan el título de Dioses de la Realidad. Debido al posible valor del documento deciden llevárselo y salir de una vez de esta ciudad maldita.
Suben por una rampa a la primera planta, que sólo contiene siete grandes jaulas cúbicas hechas de barrotes de acero sucio y oxidado. Encerrados en las jaulas hay gran cantidad de prisioneros, muchos de los cuales son aborígenes que comienzan a gritar de manera desaforada cuando los personajes entran en la habitación. Dentro de una de las jaulas sólo hay mujeres embarazadas. De cada jaula emana un olor desagradable (las razones son obvias). Cada una contiene también un montón de ñames y otras raíces comestibles y un pequeño recipiente con agua rancia. A través de Dodge el grupo se comunica con los aborígenes encerrados; les dicen que no armen ruido y que cómo pueden abrir las extrañas cerraduras de las jaulas. Los aborígenes les dicen que se pueden abrir gracias a un pequeño objeto rectangular que guarda Ngunung-Ngunnut (N. del G.: Las cerraduras de las jaulas son magnéticas, y Ngunung-Ngunnut es Huston, la malvada reencarnación del Padre de Todos los Murciélagos según los aborígenes).
Finalmente, el grupo sube por la rampa hasta la puerta del segundo y último piso, que sólo está tapada por unos gruesos cortinajes. Ford, que es quien había entrado primero, se topa a su izquierda con un hombre blanco que le está apuntando con un extraño aparato. Preso de la tensión intenta girarse para dispararle pero lógicamente no le da tiempo. El aparato desconocido produce un rayo eléctrico que atenaza el sistema nervioso de Ford, pero en un último esfuerzo consigue apretar el gatillo de su escopeta y matar a su atacante (N. del G.: que no es otro que el Dr. Huston, que había sido alertado por los gritos de los aborígenes de abajo, y que porta la misma extraña arma lanzarrayos con que atacó hace semanas al grupo en Kenia, cuando se dirigían hacia la Montaña del Viento Negro).
Malherido, Ford les dice a los profesores que registren el lugar. Es una habitación grande, dividida de forma informal en varias secciones: como vivienda, laboratorio para experimentación científica y lugar para un estudio relajado. Una cama grande y firme se extiende a lo largo de una de las paredes. No muy lejos de ella hay una primitiva cocina eléctrica. Hay también varias mesas grandes y largas y toda una serie de estanterías y escritorios. Cientos de documentos de escritura alienígena se encuentran amontonados junto a otra de las paredes; la mayoría son planos y fórmulas, pero todos son demasiado extraños como para poder ser descifrados. El escritorio mira hacia la puerta. En uno de sus cajones se guardan las páginas ordenadas de un extenso documento. Las seiscientas páginas de este manuscrito llevan el título de Dioses de la Realidad. Debido al posible valor del documento deciden llevárselo y salir de una vez de esta ciudad maldita.
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