LAS MASCARAS DE NYARLATHOTEP- CC- 4.21
SAFARI MORTAL
Adrián (1)................Sofía Wells (Srta.)........Parapsicóloga (amiga de Jackson Elías)
Miguel Ángel (5).......Buro Yarko..................Nuevo ayudante del Coronel Endicott
Lvis (5)...................Edward Moore..............Misionero
Moore y Buro deciden turnarse por este orden en las guardias nocturnas. Moore escoge situarse sobre la trampilla del suelo (que se abre hacia arriba y no tiene cerrojo de ninguna clase) para que nada ni nadie pueda acceder por aquí durante la noche. Aunque Moore intenta mantenerse despierto a la luz de la lampara de aceite, han ocurrido demasiadas cosas hoy. Demasiados cadáveres. Demasiada adrenalina. Y ahora que la adrenalina desaparece, deja un hueco enorme que el sueño comienza a llenar. Las sombras vibran, y los párpados se caen…
Despierta con sobresalto, la escopeta firmemente sujeta, cuando oye un crujido a su espalda. Se da rápidamente la vuelta para ver cómo un horror infantil ya está en el interior de la plataforma, y otro está entrando, a través de la ventana. Inmediatamente se le suelta el gatillo y los restos de uno de los niños-gules se esparcen por esa pared. A continuación dispara al de la ventana, para oír sobresaltado que por la otra también intentan entrar.
Para entonces los demás aparecen desde los dormitorios, arma en mano, para combatir la amenaza. Wells, cuando ve a las criaturas no puede evitar desmallarse. Su cuerpo está inconsciente, pero su mente trabaja febrilmente agujoneada por un acceso de locura. Para cuando dejan de asaltar la plataforma por las ventanas centrales (N. del G.: las más cercanas a la escalera, las únicas a las que son capaces de llegar los niños-gules) los hombres han acabado con una decena de estos terroríficos seres.
Pero la pesadilla no ha hecho más que empezar. Cuando cesa el tremendo tiroteo los sonidos que escuchan en el exterior son mucho peores. Unos gruñidos guturales, ininteligibles, pero que obviamente representan alguna clase de idioma obsceno se dejan oír desde distintos puntos entorno a la plataforma. Los investigadores observan a la luz de la luna llena, agobiados, como la realidad supera a cualquiera de sus peores ficciones mientras docenas de esas pequeñas criaturas, al parecer inteligentes, se acercan organizadamente a la plataforma nocturna. Cuando parece que no podría ser peor, comienzan los ruidos como de rascar. ¡Están royendo los soportes de madera!
Desesperados, algunos de los hombres disparan desde las ventanas o arrojan botellas de whisky que usan como armas incendiarias en un intento de dañar a tan terribles seres. Al final el remedio es peor que la enfermedad, porque además de lidiar con las criaturas ahora deben hacerlo también con el fuego creciente, que está llenando la plataforma de humo y debilitando los soportes.
Cuando la estructura empieza a crujir deciden que más vale abandonarla. Reaniman a Wells y deciden abrirse paso desde la escalera en un intento desesperado de no morir miserablemente. Wells empieza a gritarles a todos, pero la ignoran. El primero en bajar es Moore, que se ha quedado sin munición en el tiroteo y lleva una antorcha improvisada con material de la plataforma. Le siguen Buro y Wells, que no deja de gritar locamente: “¡Los niños! ¡Son los niños!”. El titubeante coronel es el último en bajar. En cuanto Moore alcanza tierra llama la atención de las criaturas, que se ciernen sin piedad sobre él. Mientras echa a correr intenta apartarlas con la tea ardiente con muy poco éxito, y en pocos instantes el infortunado misionero es devorado vivo.
Entre los terribles aullidos de Moore, Buro llega al suelo y echa a correr vaciando su escopeta sobre todo lo que se acerca. Enérgicamente se abre paso hacia a espesura, camino del complejo del coronel. Casi todas las criaturas están entretenidas merendándose a Moore o atacando al escandaloso Buro, así que Wells esquiva con éxito a unas pocas con las que se topa, que no hacen grandes intentos por detenerla. El coronel es el último en bajar, y el más escurridizo del grupo. Sin mirar atrás corre a la seguridad de su complejo (N. del G.: los niños-gules saben de la existencia y localización del complejo, y tras devorar a Moore van hacia allí para acabar con los supervivientes, porque deducen que si se da a conocer su existencia intentarán exterminarlos).
Despierta con sobresalto, la escopeta firmemente sujeta, cuando oye un crujido a su espalda. Se da rápidamente la vuelta para ver cómo un horror infantil ya está en el interior de la plataforma, y otro está entrando, a través de la ventana. Inmediatamente se le suelta el gatillo y los restos de uno de los niños-gules se esparcen por esa pared. A continuación dispara al de la ventana, para oír sobresaltado que por la otra también intentan entrar.
Una Niña-Gul
Para entonces los demás aparecen desde los dormitorios, arma en mano, para combatir la amenaza. Wells, cuando ve a las criaturas no puede evitar desmallarse. Su cuerpo está inconsciente, pero su mente trabaja febrilmente agujoneada por un acceso de locura. Para cuando dejan de asaltar la plataforma por las ventanas centrales (N. del G.: las más cercanas a la escalera, las únicas a las que son capaces de llegar los niños-gules) los hombres han acabado con una decena de estos terroríficos seres.
Pero la pesadilla no ha hecho más que empezar. Cuando cesa el tremendo tiroteo los sonidos que escuchan en el exterior son mucho peores. Unos gruñidos guturales, ininteligibles, pero que obviamente representan alguna clase de idioma obsceno se dejan oír desde distintos puntos entorno a la plataforma. Los investigadores observan a la luz de la luna llena, agobiados, como la realidad supera a cualquiera de sus peores ficciones mientras docenas de esas pequeñas criaturas, al parecer inteligentes, se acercan organizadamente a la plataforma nocturna. Cuando parece que no podría ser peor, comienzan los ruidos como de rascar. ¡Están royendo los soportes de madera!
Desesperados, algunos de los hombres disparan desde las ventanas o arrojan botellas de whisky que usan como armas incendiarias en un intento de dañar a tan terribles seres. Al final el remedio es peor que la enfermedad, porque además de lidiar con las criaturas ahora deben hacerlo también con el fuego creciente, que está llenando la plataforma de humo y debilitando los soportes.
Cuando la estructura empieza a crujir deciden que más vale abandonarla. Reaniman a Wells y deciden abrirse paso desde la escalera en un intento desesperado de no morir miserablemente. Wells empieza a gritarles a todos, pero la ignoran. El primero en bajar es Moore, que se ha quedado sin munición en el tiroteo y lleva una antorcha improvisada con material de la plataforma. Le siguen Buro y Wells, que no deja de gritar locamente: “¡Los niños! ¡Son los niños!”. El titubeante coronel es el último en bajar. En cuanto Moore alcanza tierra llama la atención de las criaturas, que se ciernen sin piedad sobre él. Mientras echa a correr intenta apartarlas con la tea ardiente con muy poco éxito, y en pocos instantes el infortunado misionero es devorado vivo.
Entre los terribles aullidos de Moore, Buro llega al suelo y echa a correr vaciando su escopeta sobre todo lo que se acerca. Enérgicamente se abre paso hacia a espesura, camino del complejo del coronel. Casi todas las criaturas están entretenidas merendándose a Moore o atacando al escandaloso Buro, así que Wells esquiva con éxito a unas pocas con las que se topa, que no hacen grandes intentos por detenerla. El coronel es el último en bajar, y el más escurridizo del grupo. Sin mirar atrás corre a la seguridad de su complejo (N. del G.: los niños-gules saben de la existencia y localización del complejo, y tras devorar a Moore van hacia allí para acabar con los supervivientes, porque deducen que si se da a conocer su existencia intentarán exterminarlos).
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