LAS MASCARAS DE NYARLATHOTEP- CC- 4.22
ASEDIO
Miguel Ángel (5)..........Buro Yarko..........Ayudante de Endicott
En excelentes condiciones físicas enfatizadas por el terror, Buro es el primero en llegar al complejo, en donde le recibe el asombrado Joe. Cuando le cuenta la historia, Joe no tarda en revelar mediante sus inesperadas palabras que sospechaba que algo así ocurría, y se decide a actuar rápidamente. Cierran todos los accesos a la planta baja, intuyendo un posible ataque de las criaturas, y esperan en la entrada principal la llegada de otros supervivientes. Varios minutos después aparece el coronel totalmente descompuesto. Reúnen todas las armas y municiones y deciden que se harán fuertes es una de las habitaciones superiores, más fácil de defender, ya que las ventanas del piso superior no se pueden asegurar. Tras esperar a Wells un tiempo prudencial en la entrada principal, la dan por muerta (obviamente la vieja no lo consiguió, piensan) y suben al piso de arriba.
N. del G.: Tandoor Singh llega, amparado por la oscuridad nocturna, tras tres días de marcha desde Nairobi. Atraviesa el cerco del complejo y observa entre la vegetación la casa de caza. Oculto, y seguro de que nadie le observa, ejecuta el ritual arcano y piensa que a la tercera irá la vencida. Pronuncia las palabras, traza los gestos. Sutiles energías se alteran, y en algún lugar, en alguna dimensión, acuden a su llamada. Sus dos primeros ataques fallaron; pero es obvio que fue la providencia del señor oscuro la que guió a sus vampiros de fuego a errar contra esos idiotas. Porque si hubiera acabado con ellos nunca se habrían reunido con algunos de los que bajaron en el dirigible de la NWI. Y entonces nunca hubiera sabido que uno de ellos no era sino Wells, esa odiosa bruja que debería haber muerto hace mucho. No pudo atacarles cuando estaban reunidos en el hotel, no tendría éxito. Pero sus espías le confirmaron sus sospechas cuando se enteró de que preparaban una expedición a la Montaña del Viento Negro, guiados por ese viejo negro, Mariga. Excelente. Un mensajero, y que M’Weru se encargue de ellos. No tendrá problemas. Pero no todos fueron a esa expedición. Algunos se reunieron con un cazador blanco, ese coronel chiflado; Wells es uno de ellos. El coronel vive en un lugar tan apartado… y además nadie se atreve ahora a venir por aquí con esos estúpidos rumores. Él mismo se cobrará la venganza. Será Tandoor Singh, y no otro, el que acabe con la bruja. Y quizá después, el que lidere la Secta. Sí, M`Weru cada día es más confiada. ¿Se podría pedir más? Esta vez, cuando lleguen los vampiros de fuego no habrá errores, mataran a todo aquello que se encuentren. Y Tandoor Singh será un nombre ante el que todos tiemblen. Tandoor sonríe. El orgullo ensordece los sigilosos movimientos de los niños-gules, babeantes y hambrientos, a sus espaldas.
La ajetreada preparación de las defensas evita cualquier posibilidad de oír el aullido que desgarra la noche cuando Tandoor Singh es atacado y devorado por los niños-gules. El trío de supervivientes se atrinchera en el dormitorio cual ciudadela, y no tardan en oír los gruñidos de los seres desde el exterior. Desde la ventana abaten a unos pocas de esas criaturas sedientas de sangre. Tan terriblemente organizadas. Tan enloquecedoramente eficientes.
Oyen como la puerta principal es derribada y numerosos seres corretean por la planta baja. Se comunican. No hay nadie. Suben por la escalera. Se comunican. Una puerta cae al otro lado de la planta. Otra. Otra. Furiosos golpes intentan abrir la puerta del dormitorio, y los hombres abren fuego. Destrozan con sus armas de gran calibre a media docena de infantes voraces, hasta que cejan en su empeño. Silencio. Se comunican. Chillan y se revuelven en la planta baja, decenas de ellos. Se oye un crepitar de llamas. ¡Están prendiendo fuego a la casa! ¡Han aprendido de la plataforma nocturna y quieren repetir la jugada! (N. del G.: en realidad son los vampiros de fuego de Singh, que acaban de llegar y están atacando a los niños-gules).
Buro ve la ocasión, y deja en el dormitorio a sus atenazados compañeros. Cruza la planta y acaba con la escasa oposición que encuentra. Entra en el dormitorio cuya ventana mira en dirección al garaje donde aguarda el coche del coronel, y salta. La caída es dura. Alguien menos poderoso que él hubiera gemido con las piernas rotas arrastrándose para servir de alimento a tan terroríficos comensales. Pero él es Buro Yarko. Con sólo 14 años mató a un león de la sabana con una lanza de madera para demostrar que ya era un adulto. Un guerrero. Sus músculos son fuertes. Pero algo dentro de él se resquebraja. Un poco más y el recipiente de su mente se agrietará dejando perder su cordura a chorros. Oye los temibles gruñidos a su alrededor. Le han visto. Buro corre con las piernas dándole punzadas hasta el garaje y reza a todos los dioses que conoce para que el coronel dejara las llaves puestas. Y éstos le escuchan.
Buro echa abajo la puerta del garaje con el jeep del coronel y hace sonar el claxon. Derrapa entorno a la casa hasta pasar bajo la ventana donde se encuentran Joe y el coronel y arrolla a unos cuantos terrores infantiles por el camino. Desgraciadamente, los seres son demasiados y no puede parar para recogerles. Se tienen que arriesgar a saltar: ¡Y ninguno de los dos lo consigue! Gravemente heridos, el par de hombres no puede hacer frente a la masa de pesadilla que arremete contra ellos para alimentarse de su carne. Ha fallado. El último resquicio de cordura que le quedaba se desmorona. Es un mundo lleno de monstruos, y él debe sobrevivir. Matarlos a todos. Monstruos, monstruos por todas partes. Debe sobrevivir.
N. del G.: Enloquecido, Buro no tarda en estrellar el jeep. Sobrevive, y encamina sus renqueantes pasos hasta Nairobi, donde arrastrado por la sed y la demencia arremete contra los lugareños hasta que es abatido por las autoridades militares. Las medidas de seguridad en el barrio negro se recrudecen.
N. del G.: Tandoor Singh llega, amparado por la oscuridad nocturna, tras tres días de marcha desde Nairobi. Atraviesa el cerco del complejo y observa entre la vegetación la casa de caza. Oculto, y seguro de que nadie le observa, ejecuta el ritual arcano y piensa que a la tercera irá la vencida. Pronuncia las palabras, traza los gestos. Sutiles energías se alteran, y en algún lugar, en alguna dimensión, acuden a su llamada. Sus dos primeros ataques fallaron; pero es obvio que fue la providencia del señor oscuro la que guió a sus vampiros de fuego a errar contra esos idiotas. Porque si hubiera acabado con ellos nunca se habrían reunido con algunos de los que bajaron en el dirigible de la NWI. Y entonces nunca hubiera sabido que uno de ellos no era sino Wells, esa odiosa bruja que debería haber muerto hace mucho. No pudo atacarles cuando estaban reunidos en el hotel, no tendría éxito. Pero sus espías le confirmaron sus sospechas cuando se enteró de que preparaban una expedición a la Montaña del Viento Negro, guiados por ese viejo negro, Mariga. Excelente. Un mensajero, y que M’Weru se encargue de ellos. No tendrá problemas. Pero no todos fueron a esa expedición. Algunos se reunieron con un cazador blanco, ese coronel chiflado; Wells es uno de ellos. El coronel vive en un lugar tan apartado… y además nadie se atreve ahora a venir por aquí con esos estúpidos rumores. Él mismo se cobrará la venganza. Será Tandoor Singh, y no otro, el que acabe con la bruja. Y quizá después, el que lidere la Secta. Sí, M`Weru cada día es más confiada. ¿Se podría pedir más? Esta vez, cuando lleguen los vampiros de fuego no habrá errores, mataran a todo aquello que se encuentren. Y Tandoor Singh será un nombre ante el que todos tiemblen. Tandoor sonríe. El orgullo ensordece los sigilosos movimientos de los niños-gules, babeantes y hambrientos, a sus espaldas.
La ajetreada preparación de las defensas evita cualquier posibilidad de oír el aullido que desgarra la noche cuando Tandoor Singh es atacado y devorado por los niños-gules. El trío de supervivientes se atrinchera en el dormitorio cual ciudadela, y no tardan en oír los gruñidos de los seres desde el exterior. Desde la ventana abaten a unos pocas de esas criaturas sedientas de sangre. Tan terriblemente organizadas. Tan enloquecedoramente eficientes.
Oyen como la puerta principal es derribada y numerosos seres corretean por la planta baja. Se comunican. No hay nadie. Suben por la escalera. Se comunican. Una puerta cae al otro lado de la planta. Otra. Otra. Furiosos golpes intentan abrir la puerta del dormitorio, y los hombres abren fuego. Destrozan con sus armas de gran calibre a media docena de infantes voraces, hasta que cejan en su empeño. Silencio. Se comunican. Chillan y se revuelven en la planta baja, decenas de ellos. Se oye un crepitar de llamas. ¡Están prendiendo fuego a la casa! ¡Han aprendido de la plataforma nocturna y quieren repetir la jugada! (N. del G.: en realidad son los vampiros de fuego de Singh, que acaban de llegar y están atacando a los niños-gules).
Buro ve la ocasión, y deja en el dormitorio a sus atenazados compañeros. Cruza la planta y acaba con la escasa oposición que encuentra. Entra en el dormitorio cuya ventana mira en dirección al garaje donde aguarda el coche del coronel, y salta. La caída es dura. Alguien menos poderoso que él hubiera gemido con las piernas rotas arrastrándose para servir de alimento a tan terroríficos comensales. Pero él es Buro Yarko. Con sólo 14 años mató a un león de la sabana con una lanza de madera para demostrar que ya era un adulto. Un guerrero. Sus músculos son fuertes. Pero algo dentro de él se resquebraja. Un poco más y el recipiente de su mente se agrietará dejando perder su cordura a chorros. Oye los temibles gruñidos a su alrededor. Le han visto. Buro corre con las piernas dándole punzadas hasta el garaje y reza a todos los dioses que conoce para que el coronel dejara las llaves puestas. Y éstos le escuchan.
Buro echa abajo la puerta del garaje con el jeep del coronel y hace sonar el claxon. Derrapa entorno a la casa hasta pasar bajo la ventana donde se encuentran Joe y el coronel y arrolla a unos cuantos terrores infantiles por el camino. Desgraciadamente, los seres son demasiados y no puede parar para recogerles. Se tienen que arriesgar a saltar: ¡Y ninguno de los dos lo consigue! Gravemente heridos, el par de hombres no puede hacer frente a la masa de pesadilla que arremete contra ellos para alimentarse de su carne. Ha fallado. El último resquicio de cordura que le quedaba se desmorona. Es un mundo lleno de monstruos, y él debe sobrevivir. Matarlos a todos. Monstruos, monstruos por todas partes. Debe sobrevivir.
N. del G.: Enloquecido, Buro no tarda en estrellar el jeep. Sobrevive, y encamina sus renqueantes pasos hasta Nairobi, donde arrastrado por la sed y la demencia arremete contra los lugareños hasta que es abatido por las autoridades militares. Las medidas de seguridad en el barrio negro se recrudecen.
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