LAS MASCARAS DE NYARLATHOTEP- CC- 3.27
EL TEMPLO DE BAST
Adrián (1)................Sofía Wells (Srta.)........Parapsicóloga (amiga de Jackson Elías)
Dani (5)..................Adrian Eastwood..........Agente de negocios de importación-exportación
Miguel Ángel (4).......David Perchov..............Teniente del ejército de EE.UU.
Migu3l (4)...............Frank Donahew.............Arqueólogo del Museo Egipcio
Lvis (6)...................Steve Donahew............Antropólogo del Museo Egipcio y profesor de Universidad
Cuando el holandés despierta le fríen a preguntas. Confuso, responde como puede que fue atacado por una gran pantera negra, corroborando la versión de Frank Donahew. Convencido de que su vida peligra y alentado por los investigadores, Vanheuvelen decide devolver los papiros al templo, pero primero debe ir a recogerlos a su habitación, en la tienda. Steve Donahew, temiendo posibles peligros, va a por sus armas de fuego antes de ir a la tienda con los demás.
Rodeados por un montón de gatos, ningún taxista les quiere llevar, así que deben ir andando. Aterrorizado, Adrian Eastwood se percata de que una gran sombra felina les acecha desde las cubiertas de los edificios cercanos.
Finalmente llegan a la tienda, y el holandés les dice que esperen en la puerta (N. del G.: el pobre vendedor debe fastidiarse y ver cómo el blanco que reventó anoche su tienda y sus amigos pasean totalmente impunes). Poco después el holandés sale. Wells acusa a Vanheuvelen de no haber cogido los papiros, y le pide que se los enseñe, pero los demás hacen callar a tan impetuosa mujer, y tras esperar a Steve Donahew se dirigen al templo.
El holandés, más sobrio y aguijoneado por el miedo, guía a los investigadores hasta el templo donde encontró los pergaminos. El templo está oculto en el casco antiguo. El acceso más fácil es vía un estrecho pasadizo que conduce a un sombrío callejón trasero, una ruta que gira, se retuerce y se bifurca, cruza el corredor de un gran edificio, sube a través de un tejado y finalmente desciende a una estrecha y empinada escalera en el suelo.
El templo subterráneo resulta ser un espacio cupulado de unos 12 metros de largo, cuyas paredes están plagadas de grietas y recovecos en los que cientos de gatos están encaramados y desde los que acechan al grupo, con sus alienantes ojos centelleando en la suave luz difusa. Sólo hay una entrada. Junto a la pared opuesta a la de acceso se encuentra una estatua de más de dos metros de alto de una bella mujer con cabeza de gato sentada en un trono, que los primos Donahew identifican fácilmente como la diosa Bast del Egipto antiguo, a veces llamada Phast o Bubastis, la diosa de los gatos. La estatua está esculpida a partir de una sola pieza de obsidiana. A los pies de la estatua un pequeño brasero arde trémulamente, arrojando continuamente sombras sobre los muros impolutos.
Cuando los investigadores entran, de las sombras sale la preciosa Neris, que reclama los (N. del G.: sus) pergaminos. Salvo el teniente Perchov, que se muestra reticente “¿Creeis que nos dejará ir cuando se los entreguemos?”, y Wells, que cree que no los lleva, todos le animan a entregar los pergaminos, y el holandés así lo hace. Sonriendo fríamente, Neris guarda los papiros y saca una extraña daga, que ofrece a Wells. Cuando ésta la rechaza, la ira fluye de los ojos de la sacerdotisa Neris. Los espantados investigadores ven que son ojos de pantera.
Rodeados por un montón de gatos, ningún taxista les quiere llevar, así que deben ir andando. Aterrorizado, Adrian Eastwood se percata de que una gran sombra felina les acecha desde las cubiertas de los edificios cercanos.
Finalmente llegan a la tienda, y el holandés les dice que esperen en la puerta (N. del G.: el pobre vendedor debe fastidiarse y ver cómo el blanco que reventó anoche su tienda y sus amigos pasean totalmente impunes). Poco después el holandés sale. Wells acusa a Vanheuvelen de no haber cogido los papiros, y le pide que se los enseñe, pero los demás hacen callar a tan impetuosa mujer, y tras esperar a Steve Donahew se dirigen al templo.
El holandés, más sobrio y aguijoneado por el miedo, guía a los investigadores hasta el templo donde encontró los pergaminos. El templo está oculto en el casco antiguo. El acceso más fácil es vía un estrecho pasadizo que conduce a un sombrío callejón trasero, una ruta que gira, se retuerce y se bifurca, cruza el corredor de un gran edificio, sube a través de un tejado y finalmente desciende a una estrecha y empinada escalera en el suelo.
El templo subterráneo resulta ser un espacio cupulado de unos 12 metros de largo, cuyas paredes están plagadas de grietas y recovecos en los que cientos de gatos están encaramados y desde los que acechan al grupo, con sus alienantes ojos centelleando en la suave luz difusa. Sólo hay una entrada. Junto a la pared opuesta a la de acceso se encuentra una estatua de más de dos metros de alto de una bella mujer con cabeza de gato sentada en un trono, que los primos Donahew identifican fácilmente como la diosa Bast del Egipto antiguo, a veces llamada Phast o Bubastis, la diosa de los gatos. La estatua está esculpida a partir de una sola pieza de obsidiana. A los pies de la estatua un pequeño brasero arde trémulamente, arrojando continuamente sombras sobre los muros impolutos.
Cuando los investigadores entran, de las sombras sale la preciosa Neris, que reclama los (N. del G.: sus) pergaminos. Salvo el teniente Perchov, que se muestra reticente “¿Creeis que nos dejará ir cuando se los entreguemos?”, y Wells, que cree que no los lleva, todos le animan a entregar los pergaminos, y el holandés así lo hace. Sonriendo fríamente, Neris guarda los papiros y saca una extraña daga, que ofrece a Wells. Cuando ésta la rechaza, la ira fluye de los ojos de la sacerdotisa Neris. Los espantados investigadores ven que son ojos de pantera.
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