LAS MASCARAS DE NYARLATHOTEP- CC- 3.26
LA PANTERA NEGRA
Adrián (1)................Sofía Wells (Srta.)........Parapsicóloga (amiga de Jackson Elías)
Miguel Ángel (4).......David Perchov..............Teniente del ejército de EE.UU.
Migu3l (4)...............Frank Donahew.............Arqueólogo del Museo Egipcio
Por la noche, el Teniente Perchov vigila en los alrededores de la tienda; Frank Donahew va cerca de la ventana de la habitación del holandés, por el callejón trasero (atestado de gatos); Wells se queda en la entrada delantera. Allí ve al dueño de la tienda abandonarla, después de echar unos cuantos gatos de su interior. Para sorpresa de Wells, el dueño habla el inglés bastante bien, y según le indica amablemente, algo de francés. Le dice que se va a ir un rato, y que si quiere pasar a la tienda a hablar con el holandés. Wells le dice que no y el vendedor se marcha tranquilamente.
Wells va a la parte de atrás a avisar a Frank de que el vendedor se ha ido, y luego se marcha a buscar al teniente. Con el viento nocturno, a Frank se le llenan los ojos de arena; mientras maldice, oye como Wells (N. del G.: o eso cree él) se le acerca de nuevo. Con los ojos llorosos, se da la vuelta y se encuentra de sopetón con una enorme pantera negra observándole amenazadoramente. Frank, sorprendido y aterroriazado a partes iguales, sólo acierta a retroceder a trompicones y a coger uno de los gatos que pululan por allí (acordándose de la “maldición de los gatos” que predijo Neris) y acariciarlo, mostrando su respeto. En ese momento la pantera se cuela por la ventana de la habitación del holandés, al que se oye gritar, aterrorizado. Poco después, la pantera abandona el lugar fugazmente, delante de las narices de Frank.
Wells consigue encontrar al teniente y le dice que el vendedor ha abandonado la tienda. En ese momento, un grito de hombre desgarra la noche. Rápidamente, van al callejón y se encuentran a Frank anonadado y balbuceando algo sobre un “gato grande”, mientras acaricia compulsivamente un gato. El arrojado teniente saca su fusil y se asoma por la ventana de la habitación del holandés, a pesar de las advertencias difusas del pobre Frank. A punto está de volarle la cabeza al desdichado holandés que se había acercado a su vez a la ventana al oír las voces. Wells y el teniente Perchov van a la parte delantera, donde éste revienta la puerta y entran como una exalación a la habitación del holandés, a ver qué demonios ha pasado.
Allí, se encuentran al pobre Vanheuvelen acurrucado en un rincón. Las ropas de cama están desgarradas por enormes zarpazos. Wells le da más alcohol al aterrorizado holandés, que mama de la botella hasta caer redondo. Con la ayuda de Frank (N. del G.: que había intentado abrirse paso estupidamente por la ventana todo el rato), Wells se lleva al holandés inconsciente a su hotel. Pueden ver como son observados por una cantidad ingente de gatos en las cubiertas de los edificios, implacables y horripilantemente inteligentes perseguidores que les ponen los nervios a flor de piel con todos esos imperturbables ojos con que les miran.
Mientras, el teniente Perchov registra primero el camastro del holandés (por si hay un compartimento secreto de donde la pantera haya sacado los pergaminos; no lo hay) y luego la tienda en busca de pistas, sospechando que el dueño es quien le esconde los papiros al holandés (N. del G.: no puede estar más equivovado; el pobre hombre no tiene nada que ver con todo esto). Como no encuentra nada, revienta la puerta de las escaleras al piso superior que da acceso a la vivienda del vendedor, y continúa el registro.
Cuando Wells y Frank llegan al hotel, informan al amable recepcionista de que su amigo se ha pasado con la bebida en una fiesta, y que le quieren reservar una habitación para esta noche. Tras pedirle una infusión para el holandés, echan a los gatos que se han colado en recepción y cierran la puerta y las ventanas de la habitación del holandés a cal y canto. Frank va a la embajada a buscar a Perchov y avisarle de que están en el hotel de Wells.
El teniente acaba su registro en la vivienda, y no encuentra los pergaminos; cuando se va a marchar, se encuentra en la escalera con el impresionado vendedor (N. del G.: que acaba de volver para encontrarse la puerta de la tienda reventada, y luego la de las escaleras), que se pone a gritar en árabe y en inglés “¡Ladrón, ladrón!”, mientras baja corriendo las escaleras. El teniente Perchov baja tranquilamente las escaleras y se marcha a la embajada (N. del G.: sabiendo que ninguno de los vecinos, “chusma árabe de la peor calaña”, se atreverá a hacerle nada a un hombre blanco con un fusil).
Frank y el teniente se cruzan en la embajada, y vuelven al hotel de Wells; poco desués llegan Eastwood y Steve Donahew, que no han encontrado ningún indicio en las excavaciones ni en la cámara de Nitocris. Se organizan para montar guardias por turnos en recepción y en la habitación del holandés hasta la mañana siguiente.
Wells va a la parte de atrás a avisar a Frank de que el vendedor se ha ido, y luego se marcha a buscar al teniente. Con el viento nocturno, a Frank se le llenan los ojos de arena; mientras maldice, oye como Wells (N. del G.: o eso cree él) se le acerca de nuevo. Con los ojos llorosos, se da la vuelta y se encuentra de sopetón con una enorme pantera negra observándole amenazadoramente. Frank, sorprendido y aterroriazado a partes iguales, sólo acierta a retroceder a trompicones y a coger uno de los gatos que pululan por allí (acordándose de la “maldición de los gatos” que predijo Neris) y acariciarlo, mostrando su respeto. En ese momento la pantera se cuela por la ventana de la habitación del holandés, al que se oye gritar, aterrorizado. Poco después, la pantera abandona el lugar fugazmente, delante de las narices de Frank.
Wells consigue encontrar al teniente y le dice que el vendedor ha abandonado la tienda. En ese momento, un grito de hombre desgarra la noche. Rápidamente, van al callejón y se encuentran a Frank anonadado y balbuceando algo sobre un “gato grande”, mientras acaricia compulsivamente un gato. El arrojado teniente saca su fusil y se asoma por la ventana de la habitación del holandés, a pesar de las advertencias difusas del pobre Frank. A punto está de volarle la cabeza al desdichado holandés que se había acercado a su vez a la ventana al oír las voces. Wells y el teniente Perchov van a la parte delantera, donde éste revienta la puerta y entran como una exalación a la habitación del holandés, a ver qué demonios ha pasado.
Allí, se encuentran al pobre Vanheuvelen acurrucado en un rincón. Las ropas de cama están desgarradas por enormes zarpazos. Wells le da más alcohol al aterrorizado holandés, que mama de la botella hasta caer redondo. Con la ayuda de Frank (N. del G.: que había intentado abrirse paso estupidamente por la ventana todo el rato), Wells se lleva al holandés inconsciente a su hotel. Pueden ver como son observados por una cantidad ingente de gatos en las cubiertas de los edificios, implacables y horripilantemente inteligentes perseguidores que les ponen los nervios a flor de piel con todos esos imperturbables ojos con que les miran.
Mientras, el teniente Perchov registra primero el camastro del holandés (por si hay un compartimento secreto de donde la pantera haya sacado los pergaminos; no lo hay) y luego la tienda en busca de pistas, sospechando que el dueño es quien le esconde los papiros al holandés (N. del G.: no puede estar más equivovado; el pobre hombre no tiene nada que ver con todo esto). Como no encuentra nada, revienta la puerta de las escaleras al piso superior que da acceso a la vivienda del vendedor, y continúa el registro.
Cuando Wells y Frank llegan al hotel, informan al amable recepcionista de que su amigo se ha pasado con la bebida en una fiesta, y que le quieren reservar una habitación para esta noche. Tras pedirle una infusión para el holandés, echan a los gatos que se han colado en recepción y cierran la puerta y las ventanas de la habitación del holandés a cal y canto. Frank va a la embajada a buscar a Perchov y avisarle de que están en el hotel de Wells.
El teniente acaba su registro en la vivienda, y no encuentra los pergaminos; cuando se va a marchar, se encuentra en la escalera con el impresionado vendedor (N. del G.: que acaba de volver para encontrarse la puerta de la tienda reventada, y luego la de las escaleras), que se pone a gritar en árabe y en inglés “¡Ladrón, ladrón!”, mientras baja corriendo las escaleras. El teniente Perchov baja tranquilamente las escaleras y se marcha a la embajada (N. del G.: sabiendo que ninguno de los vecinos, “chusma árabe de la peor calaña”, se atreverá a hacerle nada a un hombre blanco con un fusil).
Frank y el teniente se cruzan en la embajada, y vuelven al hotel de Wells; poco desués llegan Eastwood y Steve Donahew, que no han encontrado ningún indicio en las excavaciones ni en la cámara de Nitocris. Se organizan para montar guardias por turnos en recepción y en la habitación del holandés hasta la mañana siguiente.
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