LAS MASCARAS DE NYARLATHOTEP- CC- 2.11
MASACRE EN EL SOHO
Lvis (2)...................Richmond Burke.........Político
Miguel Ángel (2).......Francoise Moller.........Investigador privado
Dani (2)..................William Baker.............Electricista
Armado hasta los dientes, el grupo se acerca al principio de Ardour Street, y dejando allí a coche y chofer, cogen las armas y se acercan a pie a la tienda. Se dirigen a la calle paralela, a la que da la puerta trasera de la tienda. No hay ni un alma en la calle, sólo la niebla pegajosa.
Discretamente, fuerzan el pesado portón de madera y examinan el interior con la linterna. Es un almacén, lleno de cajas y trastos. Justo enfrente hay otra puerta. Lo más silenciosamente posible, la abren.
Una vaharada de agradables olores de las especias invade el almacén. Están en la tienda. El haz de la linterna deja ver todo tipo de cachivaches de folklore egipcio. Sobre los estantes se apilan innumerables tipos de especias. Frente a ellos está la puerta delantera de la tienda. A la izquierda el mostrador del vendedor, y a la derecha unas escaleras que suben, girando un recodo de 90º, hacia el piso superior. Al final de las escaleras hay unas cortinas con campanillas. Los investigadores avanzan cautelosamente por la tienda, con el suelo de madera crujiendo bajo sus pies (N. del G.: para disgusto suyo). Baker y Burke portan escopetas, preparadas para ser utilizadas. Moller lleva un arma corta, y la linterna.
Tras echar un vistazo, se mueven hacia la escalera. Es estrecha, sólo pueden subir en fila. Despacio, Baker, y Moller detrás enfocando con la linterna, comienzan a subir los peldaños. A cada paso la vieja madera de la escalera cruje y se queja. Burke aguarda al pie de la escalera, cubriéndoles con la escopeta.
Por fin, llegan a la cortina de campanillas. Inútilmente, intentan quitarla sin hacer ruido, pero es imposible. Así, impulsivamente, Baker se lanza a través de la cortina; pero algo impacta en su cara y le hace caer rodando escaleras abajo. Su escopeta, rebotando, también acaba al pie de la escalera. Moller se las apaña para no ser arrastrado en la caída, y baja la escalera sin dejar de apuntar hacia la cortina. Burke socorre como puede a Baker, que tiene la cara ensangrentada del golpe, y está algo aturdido. Afortunadamente no ha sufrido daños mayores en la caída.
Moller se retira poco a poco a la retaguardia, mientras Burke y Baker, que ya se ha recuperado medianamente, apuntan con sus escopetas a la cortina y gritan a quien quiera que esté ahí que salga. Sólo silencio. La oscuridad se va apoderando poco a poco de la habitación mientras Moller, que es quien porta la linterna, se aleja prudentemente hacia el almacén. Baker y Burke, con la adrenalina por las nubes, ni se dan cuenta del cambio en la iluminación. Los segundos parecen horas, y la tensión atenaza a los dos investigadores al pie de la escalera.
¡Una tromba de fanáticos sale a través de la cortina! Desesperada, la pareja vacía sus escopetas sobre los infortunados sectarios, cuyos cadáveres van cayendo y apilándose a los pies y a lo largo de la escalera. Los fogonazos de los disparos iluminan cruentos fotogramas de sufrimiento y muerte. Los cadáveres ruedan hacia abajo por doquier.
Las escopetas están vacías y humeantes. Los investigadores son lo único que respira en la penumbra. El olor a especias ha sido sustituido por el desagradable hedor metálico de la pólvora y la sangre. Una decena de cadáveres rezuman en el suelo de madera.
Con Moller definitivamente fuera de escena, los investigadores suben a través de la penumbra hasta la cortina. Baker la atraviesa rápidamente, para a continuación oírsele gritar y gruñir de forma extraña. Burke, desconcertado, puede entrever a su compañero, que ha dejado caer la escopeta y está rebozándose en el suelo, descontrolada e irracionalmente. En un alarde de valor, Burke atraviesa la cortina, y la oscuridad le engulle.
Moller sale corriendo hacia la noche. En la calle, oye los disparos que provienen de la tienda. Inmediatamente el vecindario responde: se oye ladrar a los perros, las luces de las casas se encienden, siluetas furtivas observan desde las ventanas... Moller se retira hacia el coche. Desde allí, en Ardour Street, puede ver que hay movimiento en la puerta principal de la tienda. Se acerca, y aunque la niebla no le deja ver bien, se percibe un pequeño camión blanco aparcado junto a la entrada. Hay varios hombres que se mueven de forma rápida y ajetreada. Suben al camión, y éste se marcha apresuradamente. Moller vuelve a acercarse a la tienda, y se encuentra la puerta principal abierta. Desde el umbral puede observar la masacre.
Con cuidado, Moller entra en la tienda y sube la escalera. No hay nadie en el local, ni tampoco en la vivienda de arriba. Ninguno de los cadáveres que ha visto es de sus compañeros. De ellos no hay ni rastro. Registra la vivienda en busca de pistas. En un escritorio del dormitorio, encuentra un compartimento secreto en un cajón... vacío. Quienquiera que viva aquí, se ha llevado todo lo de interés.
Es hora de irse, antes de que llegue la policía. Moller vuelve al hotel, para contarle a Wells lo ocurrido. Una vez allí, se deshace del chofer y del coche, dando sus servicios por concluidos.
Discretamente, fuerzan el pesado portón de madera y examinan el interior con la linterna. Es un almacén, lleno de cajas y trastos. Justo enfrente hay otra puerta. Lo más silenciosamente posible, la abren.
Una vaharada de agradables olores de las especias invade el almacén. Están en la tienda. El haz de la linterna deja ver todo tipo de cachivaches de folklore egipcio. Sobre los estantes se apilan innumerables tipos de especias. Frente a ellos está la puerta delantera de la tienda. A la izquierda el mostrador del vendedor, y a la derecha unas escaleras que suben, girando un recodo de 90º, hacia el piso superior. Al final de las escaleras hay unas cortinas con campanillas. Los investigadores avanzan cautelosamente por la tienda, con el suelo de madera crujiendo bajo sus pies (N. del G.: para disgusto suyo). Baker y Burke portan escopetas, preparadas para ser utilizadas. Moller lleva un arma corta, y la linterna.
Tras echar un vistazo, se mueven hacia la escalera. Es estrecha, sólo pueden subir en fila. Despacio, Baker, y Moller detrás enfocando con la linterna, comienzan a subir los peldaños. A cada paso la vieja madera de la escalera cruje y se queja. Burke aguarda al pie de la escalera, cubriéndoles con la escopeta.
Por fin, llegan a la cortina de campanillas. Inútilmente, intentan quitarla sin hacer ruido, pero es imposible. Así, impulsivamente, Baker se lanza a través de la cortina; pero algo impacta en su cara y le hace caer rodando escaleras abajo. Su escopeta, rebotando, también acaba al pie de la escalera. Moller se las apaña para no ser arrastrado en la caída, y baja la escalera sin dejar de apuntar hacia la cortina. Burke socorre como puede a Baker, que tiene la cara ensangrentada del golpe, y está algo aturdido. Afortunadamente no ha sufrido daños mayores en la caída.
Moller se retira poco a poco a la retaguardia, mientras Burke y Baker, que ya se ha recuperado medianamente, apuntan con sus escopetas a la cortina y gritan a quien quiera que esté ahí que salga. Sólo silencio. La oscuridad se va apoderando poco a poco de la habitación mientras Moller, que es quien porta la linterna, se aleja prudentemente hacia el almacén. Baker y Burke, con la adrenalina por las nubes, ni se dan cuenta del cambio en la iluminación. Los segundos parecen horas, y la tensión atenaza a los dos investigadores al pie de la escalera.
¡Una tromba de fanáticos sale a través de la cortina! Desesperada, la pareja vacía sus escopetas sobre los infortunados sectarios, cuyos cadáveres van cayendo y apilándose a los pies y a lo largo de la escalera. Los fogonazos de los disparos iluminan cruentos fotogramas de sufrimiento y muerte. Los cadáveres ruedan hacia abajo por doquier.
Las escopetas están vacías y humeantes. Los investigadores son lo único que respira en la penumbra. El olor a especias ha sido sustituido por el desagradable hedor metálico de la pólvora y la sangre. Una decena de cadáveres rezuman en el suelo de madera.
Con Moller definitivamente fuera de escena, los investigadores suben a través de la penumbra hasta la cortina. Baker la atraviesa rápidamente, para a continuación oírsele gritar y gruñir de forma extraña. Burke, desconcertado, puede entrever a su compañero, que ha dejado caer la escopeta y está rebozándose en el suelo, descontrolada e irracionalmente. En un alarde de valor, Burke atraviesa la cortina, y la oscuridad le engulle.
Moller sale corriendo hacia la noche. En la calle, oye los disparos que provienen de la tienda. Inmediatamente el vecindario responde: se oye ladrar a los perros, las luces de las casas se encienden, siluetas furtivas observan desde las ventanas... Moller se retira hacia el coche. Desde allí, en Ardour Street, puede ver que hay movimiento en la puerta principal de la tienda. Se acerca, y aunque la niebla no le deja ver bien, se percibe un pequeño camión blanco aparcado junto a la entrada. Hay varios hombres que se mueven de forma rápida y ajetreada. Suben al camión, y éste se marcha apresuradamente. Moller vuelve a acercarse a la tienda, y se encuentra la puerta principal abierta. Desde el umbral puede observar la masacre.
Con cuidado, Moller entra en la tienda y sube la escalera. No hay nadie en el local, ni tampoco en la vivienda de arriba. Ninguno de los cadáveres que ha visto es de sus compañeros. De ellos no hay ni rastro. Registra la vivienda en busca de pistas. En un escritorio del dormitorio, encuentra un compartimento secreto en un cajón... vacío. Quienquiera que viva aquí, se ha llevado todo lo de interés.
Es hora de irse, antes de que llegue la policía. Moller vuelve al hotel, para contarle a Wells lo ocurrido. Una vez allí, se deshace del chofer y del coche, dando sus servicios por concluidos.
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