039 Solo contra el Wendigo
(72, 264)
Cuando vuelves en tí, estás tendido en un duro lecho de guijarros, junto a un pequeño y profundamente excavado arroyo. Inmediatamente te asalta de nuevo el terror que sentiste al ver la espantosa figura cuasi divina, y te incorporas de golpe, escrutando los densos y esqueléticos bosquecillos de álamos y abedules a ambos lados de la garganta. De momento, estás solo y no parece que tengas nada que temer.
Rápidamente buscas tus armas y no encuentras nada más que tu cuchillo de caza, que aún está en la funda. Decides quedarte donde estás hasta el amanecer, con la débil esperanza de que alguien te encuentre. Para cuando el sol consigue fundir las brumas, abandonas esa esperanza. Estás solo. Ve a -67-.
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Cuando vuelves en tí, estás tendido en un duro lecho de guijarros, junto a un pequeño y profundamente excavado arroyo. Inmediatamente te asalta de nuevo el terror que sentiste al ver la espantosa figura cuasi divina, y te incorporas de golpe, escrutando los densos y esqueléticos bosquecillos de álamos y abedules a ambos lados de la garganta. De momento, estás solo y no parece que tengas nada que temer.
Rápidamente buscas tus armas y no encuentras nada más que tu cuchillo de caza, que aún está en la funda. Decides quedarte donde estás hasta el amanecer, con la débil esperanza de que alguien te encuentre. Para cuando el sol consigue fundir las brumas, abandonas esa esperanza. Estás solo. Ve a -67-.
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