LAS MASCARAS DE NYARLATHOTEP- CC- 3.15
EL MENSAJE DE NYARLATHOTEP
Lvis (3)......................Alan Smith.................Anarquista
Dani (4).....................Jason Locke................Cazatesoros (nuevo miembro del grupo)
Migu3l (3)..................Jasmine Abd-Hasir.......Ladrona
El primer signo de la llegada del Faraón Negro son las luces: las gemas de los seis pilares arden con llamas azules, frías y ultraterrenas que no arrojan calor. Simultáneamente, el arco asimétrico de entrada a la cámara se vuelve de roca sólida, dejando a todos atrapados dentro.
Cuando los desdichados investigadores vuelven a mirar a Kafour, éste ya no está. Tiene su apariencia, sí, pero ya no es el doctor. La presencia del Faraón Negro es pesada y agobiante; superpuesta a la apariencia del doctor se percibe la forma del Faraón Negro, cruel y deslumbrante, magníficamente maléfico. A su izquierda y derecha, el aire parece hervir y retorcerse. Smith reconoce esas presencias como similares a la del horror alado del barco de deportación. Una música sucia y ultraterrena flota en el aire, tentadora y decepcionante a la vez. Huele a muerte por todas partes. El poder del Faraón Negro es obvio para todos los mortales de la habitación.
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En ese momento Nyarlathotep les habla. Su voz, carente de las inflexiones y emociones humanas, refuerza la impresión de poder y malignidad: “Sois unos inconscientes al continuar con vuestros esfuerzos puesto que los dioses a los que desafiáis son demasiado poderosos para que unos simples mortales puedan afectar a sus acciones. Deberíais volver a vuestras casas mansa y agradecidamente a esperar lo inevitable.”
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El Mensajero se toma una pausa para disfrutar claramente con el impacto demoledor de sus palabras, y a continuación sigue hablando: “Mirad la suerte de los que os precedieron”.
Moviendo una mano se forman imágenes del campamento de la expedición Carlyle en África, con porteadores keniatas por doquier y los miembros principales bien visibles. Todo parece tranquilo hasta que se oyen unos gritos terribles y del cielo empiezan a aparecer docenas de seres alados como el que atacó a Smith en el barco, mientras que de la tierra surgen otras monstruosidades terroríficas que no deberían existir. La masacre es indescriptible, y se ve perfectamente cómo todos los miembros blancos de la expedición son despedazados mientras que los africanos mueren por docenas.
El dios sigue hablando: “Incluso los valientes saben cuándo no hay nada que hacer. Todas las puertas os están cerradas y vuestros sueños, condenados; vuestra lucha es fútil.”
Nyarlathotep ofrece otra prueba de su poder: con otro gesto de su mano el mapa hemisférico brilla y se disuelve, apareciendo en su lugar una arcada al otro lado de la cual puede verse el antiguo Egipto, y concretamente un mercado en el que se afanan mercaderes, artesanos, etc. La arcada se abre a nivel de suelo y es fácil pasar al otro lado. En ese momento Locke no puede aguantar más. Su mente se desmorona, y sólo quiere huír lo más lejos posible de esa horrible entidad. La única salida es a través del portal. Soltando un alarido, Locke echa a correr rechazando a Smith y Jasmine, que intentan sujetarle.
Soltando babas y espuma por la boca, Locke cruza el portal sin mirar atrás. En ese momento, el Faraón Negro comienza a carcajearse y segundos más tarde el portal comienza a brillar y a desaparecer. Las carcajadas también se van haciendo más débiles, mientras el Mensajero de los Otros Dioses abandona el salón del trono. Las luces de los pilares se apagan, y la arcada asimétrica vuelve a abrirse. Tras la marcha del Faraón Negro, el cuerpo de Kafour está tendido en el suelo, entre convulsiones mortales. Finalmente, el doctor fallece tras un gran sufrimiento sin que Jasmine y Smith puedan hacer nada para socorrerle.
Corriendo, vuelven al automóvil. Curtnert, que estaba allí esperando a cuatro personas, ve aparecer a sólo dos de ellos tremendamente conmocionados. De nuevo su instinto le ha guiado bien. Tras contarse lo sucedido, vuelven a por el cuerpo de Kafour y lo dejan tendido en la cámara de las dos columnas, para a continuación avisar a los soldados de la otra entrada de que “el doctor Kafour ha sufrido un infarto”. Tras tomarles declaración y dar parte les dejan marchar (varias horas más tarde).
Cuando los desdichados investigadores vuelven a mirar a Kafour, éste ya no está. Tiene su apariencia, sí, pero ya no es el doctor. La presencia del Faraón Negro es pesada y agobiante; superpuesta a la apariencia del doctor se percibe la forma del Faraón Negro, cruel y deslumbrante, magníficamente maléfico. A su izquierda y derecha, el aire parece hervir y retorcerse. Smith reconoce esas presencias como similares a la del horror alado del barco de deportación. Una música sucia y ultraterrena flota en el aire, tentadora y decepcionante a la vez. Huele a muerte por todas partes. El poder del Faraón Negro es obvio para todos los mortales de la habitación.
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Nyarlathotep en el salón del trono
En ese momento Nyarlathotep les habla. Su voz, carente de las inflexiones y emociones humanas, refuerza la impresión de poder y malignidad: “Sois unos inconscientes al continuar con vuestros esfuerzos puesto que los dioses a los que desafiáis son demasiado poderosos para que unos simples mortales puedan afectar a sus acciones. Deberíais volver a vuestras casas mansa y agradecidamente a esperar lo inevitable.”
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El Faraón Negro
El Mensajero se toma una pausa para disfrutar claramente con el impacto demoledor de sus palabras, y a continuación sigue hablando: “Mirad la suerte de los que os precedieron”.
Moviendo una mano se forman imágenes del campamento de la expedición Carlyle en África, con porteadores keniatas por doquier y los miembros principales bien visibles. Todo parece tranquilo hasta que se oyen unos gritos terribles y del cielo empiezan a aparecer docenas de seres alados como el que atacó a Smith en el barco, mientras que de la tierra surgen otras monstruosidades terroríficas que no deberían existir. La masacre es indescriptible, y se ve perfectamente cómo todos los miembros blancos de la expedición son despedazados mientras que los africanos mueren por docenas.
El dios sigue hablando: “Incluso los valientes saben cuándo no hay nada que hacer. Todas las puertas os están cerradas y vuestros sueños, condenados; vuestra lucha es fútil.”
Nyarlathotep ofrece otra prueba de su poder: con otro gesto de su mano el mapa hemisférico brilla y se disuelve, apareciendo en su lugar una arcada al otro lado de la cual puede verse el antiguo Egipto, y concretamente un mercado en el que se afanan mercaderes, artesanos, etc. La arcada se abre a nivel de suelo y es fácil pasar al otro lado. En ese momento Locke no puede aguantar más. Su mente se desmorona, y sólo quiere huír lo más lejos posible de esa horrible entidad. La única salida es a través del portal. Soltando un alarido, Locke echa a correr rechazando a Smith y Jasmine, que intentan sujetarle.
Soltando babas y espuma por la boca, Locke cruza el portal sin mirar atrás. En ese momento, el Faraón Negro comienza a carcajearse y segundos más tarde el portal comienza a brillar y a desaparecer. Las carcajadas también se van haciendo más débiles, mientras el Mensajero de los Otros Dioses abandona el salón del trono. Las luces de los pilares se apagan, y la arcada asimétrica vuelve a abrirse. Tras la marcha del Faraón Negro, el cuerpo de Kafour está tendido en el suelo, entre convulsiones mortales. Finalmente, el doctor fallece tras un gran sufrimiento sin que Jasmine y Smith puedan hacer nada para socorrerle.
Corriendo, vuelven al automóvil. Curtnert, que estaba allí esperando a cuatro personas, ve aparecer a sólo dos de ellos tremendamente conmocionados. De nuevo su instinto le ha guiado bien. Tras contarse lo sucedido, vuelven a por el cuerpo de Kafour y lo dejan tendido en la cámara de las dos columnas, para a continuación avisar a los soldados de la otra entrada de que “el doctor Kafour ha sufrido un infarto”. Tras tomarles declaración y dar parte les dejan marchar (varias horas más tarde).
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