LAS MASCARAS DE NYARLATHOTEP- CC- 1.08
OTRA NOCHE
Miguel Ángel (1).....Josefina Pérez...........Ocultista
Lvis (1)..................John Mahalkovic.......Vagabundo y asesino a sueldo
Dos o tres semanas más tarde John ha mejorado, pero no está totalmente recuperado. Así, la pareja decide volver con otra estrategia. En vez de esperar a que lleguen los negros, van justo después de que cierre la tienda, y antes de que lleguen. Por la noche, armados hasta los dientes y con una lata de gasolina, los dos fuerzan la puerta e investigan la tienda; allí está Silas, atemorizado. Le maniatan y amordazan, y tras el mostrador (donde no habían mirado antes), bajo una piel de animal, encuentran una trampilla que da a unas escaleras de piedra que bajan hacia la oscuridad. El pasadizo es estrecho y sólo permite el paso de una persona a la vez. Mientras Pérez pone a Silas delante, los tres bajan por la escalera hacia lo desconocido.
Silas en la Casa del Ju-ju
Tras descender unos 6 m. por las escaleras, la linterna de John ilumina las paredes, el suelo y el techo, que son de piedra y están decorados con símbolos arcanos de magia tribal. No pueden identificarlos, pero el aura de malignidad del lugar les pone los pelos de punta. Hay una puerta a 5 m. de la escalera, muy robusta, de roble reforzado con tiras de hierro. En ella hay grabados unos símbolos que Pérez, gracias a sus conocimientos de los Mitos de Cthulhu, puede identificar como relativos a los Primigenios.
La puerta está cerrada pero Pérez recuerda en que reparó en una llave que colgaba del cuello de Silas, y decide probar; funciona, y la puerta cruje ruidosamente cuando la abren despacio, apuntando con sus armas de fuego y la linterna al interior, y siempre con Silas delante.
Tras la puerta descubren una pequeña sala de reunión sectaria: unos 4x9 m. con paredes de piedra recubiertas de símbolos de los Mitos, y unos 4,5 m. de altura hasta el techo, también de piedra. Hay tambores junto a las paredes y una gran losa de piedra en el centro de la estancia unida por cadenas a una polea para poder ser levantada. Deducen que, obviamente, hay alguna clase de pozo o espacio debajo. Junto a la puerta, hay un par de postes con cintas de cuero, parece ser que para sacrificios humanos. Y frente a ellos, en la pared opuesta, una cortina tapa algo que hay detrás de ella. Hacia allí se encaminan, con los nervios a flor de piel y Silas temblando visiblemente y gimiendo.
A punta de pistola, Pérez obliga a Silas a que corra la cortina... ¡y en ese momento cuatro negros desnudos se abalanzan sobre él desde el otro lado y empiezan a morderle! ¡¡Se lo están comiendo vivo!! Superado el susto vacían sus cargadores sobre los negros, que parecen resultar inmunes a las heridas de las balas. Simplemente reclaman su atención y se enderezan lentamente mostrando a la luz de la linterna de John la runa de la Lengua Sangrienta en la frente, sus ojos sin vida, y sus intestinos colgando del vientre abierto.
Esta visión es más de lo que John puede soportar: el terror le domina y deja caer la linterna rodando mientras vacía su arma sobre los negros-zombies, que se abalanzan sobre él. Pérez también les dispara, pero John ya está perdido. En la semioscuridad, Pérez se tambalea hacia la única salida mientras oye los últimos estertores de John, con los zombies pisándola los talones. Cierra la robusta puerta, justo a tiempo, y los negros se abalanzan sonoramente contra la madera.
Una nueva intentona de asaltar la sala acaba de forma infructuosa; así que no hay opción: totalmente alienada por la situación, usa la lata de gasolina que habían traído para prender fuego desde el pasillo a la tienda, y abandona el lugar a su suerte. A la mañana siguiente, los titulares del desastroso incendio inundan los periódicos neoyorquinos.
La puerta está cerrada pero Pérez recuerda en que reparó en una llave que colgaba del cuello de Silas, y decide probar; funciona, y la puerta cruje ruidosamente cuando la abren despacio, apuntando con sus armas de fuego y la linterna al interior, y siempre con Silas delante.
Tras la puerta descubren una pequeña sala de reunión sectaria: unos 4x9 m. con paredes de piedra recubiertas de símbolos de los Mitos, y unos 4,5 m. de altura hasta el techo, también de piedra. Hay tambores junto a las paredes y una gran losa de piedra en el centro de la estancia unida por cadenas a una polea para poder ser levantada. Deducen que, obviamente, hay alguna clase de pozo o espacio debajo. Junto a la puerta, hay un par de postes con cintas de cuero, parece ser que para sacrificios humanos. Y frente a ellos, en la pared opuesta, una cortina tapa algo que hay detrás de ella. Hacia allí se encaminan, con los nervios a flor de piel y Silas temblando visiblemente y gimiendo.
A punta de pistola, Pérez obliga a Silas a que corra la cortina... ¡y en ese momento cuatro negros desnudos se abalanzan sobre él desde el otro lado y empiezan a morderle! ¡¡Se lo están comiendo vivo!! Superado el susto vacían sus cargadores sobre los negros, que parecen resultar inmunes a las heridas de las balas. Simplemente reclaman su atención y se enderezan lentamente mostrando a la luz de la linterna de John la runa de la Lengua Sangrienta en la frente, sus ojos sin vida, y sus intestinos colgando del vientre abierto.
Esta visión es más de lo que John puede soportar: el terror le domina y deja caer la linterna rodando mientras vacía su arma sobre los negros-zombies, que se abalanzan sobre él. Pérez también les dispara, pero John ya está perdido. En la semioscuridad, Pérez se tambalea hacia la única salida mientras oye los últimos estertores de John, con los zombies pisándola los talones. Cierra la robusta puerta, justo a tiempo, y los negros se abalanzan sonoramente contra la madera.
Una nueva intentona de asaltar la sala acaba de forma infructuosa; así que no hay opción: totalmente alienada por la situación, usa la lata de gasolina que habían traído para prender fuego desde el pasillo a la tienda, y abandona el lugar a su suerte. A la mañana siguiente, los titulares del desastroso incendio inundan los periódicos neoyorquinos.
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