LAS MASCARAS DE NYARLATHOTEP- CC- 2.30

EN LA CASA MISR

Miguel Ángel (2).........Francoise Moller.........Investigador privado
Dani (3)....................Samuel L. Crown.........Psicólogo
Lvis (4).....................Robert Smith..............Vagabundo
Migu3l (2).................Lionel Wress..............Periodista (nuevo miembro del grupo)

Crown consigue finalmente estabilizar a Smith, que recupera la conciencia de sí mismo y su entorno, aunque sigue algo alterado por el shock emocional. Los tres acuerdan pedir un taxi y dejar a Johnson en la puerta del hospital, para a continuación dirigirse en el propio taxi a la Casa Misr de una vez por todas.
Así lo hacen; a las puertas del hospital un peculiar personaje llama la atención a Crown, pero luego cambia de idea y se zambulle en un taxi. Crown, desconcertado, vuelve al suyo y le dicen al taxista que ponga rumbo a Essex. Cuando abandonan la City, camino de Essex, se dan cuenta de que otro taxi les sigue por la carretera. Le dicen al taxista que pare, quien lo hace tras una curva, con lo que el segundo taxi se encuentra de sopetón con el de los investigadores, que ya están apeados en la carretera.
Muy rudos, se acercan a la ventanilla. Smith deja ver su sobaquera y le pide explicaciones al viajero. Éste se presenta como Lionel Wress, reportero del “Scoop”. Al parecer, donde están los americanos está la noticia, y por eso les estaba siguiendo. Los investigadores sacan a Wress del taxi, le hacen pagar la carrera, y le meten con ellos en el suyo. Si quiere una buena noticia se va a hartar.

- Lionel Wress es un joven reportero que ha visto la oportunidad en los investigadores para triunfar en el mundo del periodismo. Los asesinatos egipcios, Edward Gavigan, la Fundación Penhew, el caso de los americanos, sectas asesinas... aquí hay material para hacer triunfar a un periodista lo suficientemente arrojado. Y Wress no tiene escrúpulos a la hora de conseguir material. ¡Al lado de los americanos se va a hacer de oro!

El taxi vuelve a arrancar, de camino a Essex. El paisaje se va volviendo cada vez más pantanoso mientras la niebla de las marismas lo envuelve todo. La noche es profunda y oscura, por la luna nueva. El cielo está despejado, y cubierto de estrellas.
El taxi llega traqueteando por la carretera empedrada cerca del límite de la parcela de la Casa Misr, marcado por un muro de piedra de dos metros y medio de alto. En este punto hacen parar al taxista, le pagan la carrera y se bajan. Éste se marcha inmediatamente.
A pie, los investigadores se dirigen por el camino hacia la entrada a la parcela para encontrarse con que está plagada de guardias. Para evitarles se alejan del camino y atraviesan terrenos fangosos y sucias aguas que les llegan a las rodillas hasta un punto del muro sin vigilar.
Al saltar el muro, puede entrever en la niebla un resplandor como de una gran hoguera. La noche arrastra sonidos tamizados, cánticos, casi por debajo del límite de lo audible.
Hacia allí se encaminan; tardan más de media hora en acercarse; la finca es inmensa. Desde este punto ya no pueden ver el muro que la delimita; lo que si pueden ver es a un lado, de donde proviene la luz y el sonido de los cánticos, una gran aglomeración de personas (unas dos centenas) que están celebrando alguna clase de ritual en torno a una estela egipcia negra. Al otro, la silueta de una gran mansión en la noche estrellada. No se ve ninguna luz en su interior. Se trata sin duda de la Casa Misr.

Se dirigen a la mansión, aprovechando que, presumiblemente, no hay nadie en su interior. La mansión, construida en el siglo XVII, se encuentra algo hundida en el pantanoso terreno; las sutiles distorsiones de la arquitectura y el aspecto salvaje del entorno, poco o nada cuidado, dan al conjunto un aspecto siniestro.
La Casa Misr es de planta rectangular, y tiene sólo una entrada. Desde ella los investigadores acceden al interior. Están en un gran salón, plagado de adornos y objetos relacionados con la cultura egipcia; destaca una impresionante chimenea. Otras dependencias de la planta baja incluyen un gran comedor, baños, la biblioteca, la cocina y las despensas. Los investigadores realizan un registro minucioso de todas las habitaciones, no en grupo sino cada uno por su lado. De la cocina surgen unas escaleras que bajan a un húmedo sótano, con leñera incluida. Es también usado como trastero. Desde el propio salón suben las escaleras hasta el piso superior, donde están todos los dormitorios. Entre las ropas de los residentes se encuentran numerosos anillos, pendientes, colgantes, abalorios, etc. con el ankh invertido de la Hermandad. El interior de la mansión es pues poco destacable excepto por la suciedad y la falta de muebles y confort que uno podría esperar de una mansión adinerada.

Colgante de un ocupante de la Casa Misr


Tras varias horas de registro minucioso, Crown da con un curioso mecanismo de apertura en la chimenea. Uno de los ladrillos resulta ser falso, un interruptor para desplegar un panel que revela unas escaleras que bajan hacia la oscuridad. Emocionados, los investigadores se apiñan en la entrada y descienden por la escalera.
En la penumbra cortada por los rayos de las linternas un hedor asqueroso les sacude como una bofetada. Al final de la escalera hay lo que parecen ser unas mazmorras. Nadie las ocupa, pero las defecaciones especialmente recientes hacen suponer que ha habido inquilinos hasta hace pocas horas (N. del G.: se trata de Baker, Burke, Yalesha y el egipcio, que ahora están atados a la estela para ser sacrificados en el ritual que se está celebrando en estos mismos momentos).
En el límite de las celdas hay una puerta, cerrada. Al abrirla, a los investigadores se les ponen los ojos como platos; acaban de encontrar su cueva del tesoro particular. Se trata de una antigua sala de torturas, habilitada (N. del G.: por Gavigan) como laboratorio mágico. Además del contenido de la habitación secreta de la Fundación Penhew, que ahora se encuentra aquí y de los objetos de Tewfik (como el Espejo de Gal) que se trajeron desde su tienda de El Soho se amontonan, literalmente, los siguientes objetos:

- Estatuas, pinturas, joyas, etc. todo lo cual está relacionado con los Mitos. La mayoría tiene que ver con el Faraón Negro, entre lo cual hay un busto negro de dicho personaje. La cantidad de material acumulado tiene un efecto desmoralizador ya que indica que la secta es fuerte y numerosa.

- Casi un centenar de libros extraños y otros tantos pergaminos, que se suman a los que ya habían visto en la habitación secreta de la Fundación Penhew.

- Extraños ingredientes alquímicos en jarras, tubos, cajas de madera, bolsas, sacos y saquitos consistentes en hierbas, plantas, raíces, órganos conservados en vinagre, tiras de piel y pelo, sangre en polvo, flores prensadas, polvos, polvillos, arenas multicolores...

- Un grueso libro de contabilidad que se encuentra en una mesa adyacente al escritorio. (N. del G.: Gavigan anota aquí todo lo que manda al extranjero con la dirección del receptor y notas sobre lo que se le envió.) Este libro contiene las claves para la destrucción de la Hermandad más que cualquier otra cosa que hayan encontrado antes los investigadores. Las anotaciones de los tres últimos años incluyen envíos a Shangai, varios puertos de la costa occidental de Australia, El Cairo, Tokio, Río de Janeiro, Los Ángeles, Calcuta, Odessa, Tokio y Nueva York.

Eufóricos, los investigadores se llevan el libro de contabilidad y ropajes y adornos para hacerse pasar por sectarios. A continuación pegan fuego al laboratorio, que prende rápidamente. Vuelven por las escaleras hasta el salón, y salen al exterior. Desde allí se cercioran de que nadie ha reparado en su presencia. Efectivamente, están de suerte. Todo el mundo sigue en el ritual (N. del G.: en estos momentos están sacrificando a Baker, Burke, Yalesha y al hombre egipcio) así que deciden que para rematar la faena, deben prender fuego al resto de la mansión. Esto además provocará una distracción que interrumpirá el ritual. Es previsible que los sectarios vengan a la Casa a apagar el fuego; por su parte los investigadores se dirigirán a la estela dando un gran rodeo para no cruzarse con los sectarios (N. del G.: el plan podría parecer adecuado, si no fuera porque Gavigan, tras los sacrificios humanos, ha llamado a tres terribles criaturas como parte del ritual que pronto acudirán a su llamada.)
En cuanto el fuego prende en la casa, las llamas se alzan muy altas. Mientras dan el rodeo hacia la estela, los investigadores oyen como los sectarios gritan, y el ritual se detiene. Gran parte de la congregación corre en línea recta hacia la Casa Misr, que arde ahora por los cuatro costados. Hasta ahora les está saliendo bien.



La estela egipcia

Cuando llegan a pocos metros de la estela, desde la oscuridad ven que Gavigan, con ropajes de sacerdote de la Hermandad y rodeado por un círculo de una veintena de sectarios, está gesticulando frenético hacia el cielo. (N. del G.: Gavigan está cambiando las órdenes del hechizo para con los seres, para que en vez de cumplir su papel en el ritual, ahora interrumpido, busquen y destruyan a los estúpidos blasfemos que se han atrevido a desafiar el poder de la Hermandad.) Los investigadores alzan inevitablemente la mirada hacia el cielo estrellado a tiempo para ver como tres tremendas siluetas aladas que tapan las estrellas a su paso descienden a una velocidad inconcebible hacia Gavigan, para a continuación aletear a toda velocidad cada una en una dirección. Casualmente, los investigadores se encuentran en la cuarta dirección posible y las terribles cosas se alejan sin verles.


Cunde el pánico entre los investigadores en la Casa Misr

Entre los investigadores cunde el pánico, y se desperdigan en plan sálvese quien pueda. Wress corre como alma que lleva el diablo hacia la Casa, con la esperanza de pasar desapercibido entre los sectarios (N. del G.: que recordemos que son casi todos árabes, mientras que Wress es blanco como la leche). Moller se aleja corriendo con la esperanza de llegar al muro límite de la finca y escapar de este infierno (N. del G.: que está como a una hora de allí en la dirección que él toma) y Crown y Smith se quedan a morir matando, a ser posible a Gavigan (N. del G.: rodeado por una veintena de sectarios).

Wress llega a la Casa Misr; allí la actividad es frenética, pero inútil; el fuego no se apagará hasta que la mansión se reduzca a cenizas. Reparando en el color de su piel, coge algo de ceniza y barro y se embadurna la cara y las manos, confiando en que la oscuridad le ayude. Pero lo inevitable ocurre, y algunos sectarios le imprecan algo en Árabe; no entiende lo que dicen, y se hace el tonto. Éstos se mosquean, y Wress echa a correr. Los sectarios acaban por alcanzarle, y aunque se resiste es inútil; son demasiados para él y le reducen con facilidad.

Extenuado, Moller corre al límite de sus fuerzas por el pesado terreno empantanado hacia el límite de la finca. Durante más de media hora se las apaña para esquivar a las criaturas, pero éstas baten el terreno demasiado rápido, y lo inevitable ocurre; una criatura sale de la nada y aterriza, poderosa, en el suelo enfangado frente a Moller. Éste, sorprendido, se defiende como puede a tiros con sus armas cortas, pero las balas apenas dañan a la grandísima Cosa que acaba con el pequeño humano fácilmente, de un solo bocado.

Por su parte, Crown y Smith pueden dedicar un par de minutos a planear el ataque. Smith esperará a que Crown rodee al grupo, de tal forma que cuando estén en posiciones opuestas Smith empiece su ataque. Intentará acertar a Gavigan, y luego seguirá disparando para atraer la atención de los sectarios sobre él. En el otro extremo, Crown se acercará sigilosamente a las espaldas de Gavigan y le disparará. Smith se lanza a por Gavigan, y falla el tiro. Como habían previsto, los sectarios se abalanzan sobre él. Descarga toda la potencia de fuego primero, y cuerpo a cuerpo después, de la que es capaz hasta que los furiosos fanáticos le hacen pedazos. Crown se acerca por detrás a Gavigan, pero no tan sigilosamente como hubiera deseado. Gavigan repara en su presencia, y le lanza un hechizo a la vez que Crown le dispara. Gavigan cae al suelo malherido, pero no muerto. Crown escarba frenético el barro, babeando, presa de la locura provocada por la magia negra de Gavigan.

Por primera vez en toda la campaña, la totalidad del grupo de investigación activo ha caído. Sin embargo, la victoria de Gavigan ha sido pírrica. Absolutamente todos los objetos en los que se basaba su poder en la Hermandad han sido destruidos en el incendio.
Los sectarios se apresuran a socorrer a Gavigan. Le traen al babeante Crown, y el grupo que había capturado a Wress también se lo acerca a la estela. Al borde de la inconsciencia, Gavigan ordena que le lleven a un vehículo con los dos blasfemos. Gavigan se da cuenta de que la fidelidad de sus sectarios empieza a tambalearse. Así, aún malherido, para mantener en pie el miedo, Gavigan hace reanimar a Wress y le arranca los ojos con sus propias manos. Cuando se asegura de que Wress no sabe nada de los americanos, usa la magia negra para provocar la combustión espontánea del pobre periodista. Esta demostración de poder es suficiente para poner las cosas en su sitio. Gavigan ordena entonces que quemen los sectarios que han resultado muertos en el ataque y los pongan en las ruinas de la Casa Misr para que parezca que estaban dentro cuando ésta se quemó.
En uno de los vehículos, se llevan a Gavigan y a Crown a un piso franco de la secta para arrasar de una vez por todas a los americanos.



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